Que las comparaciones son odiosas ya lo sabemos, ¿verdad? Crecí siendo comparada con mi hermana todo el rato. Pero yo era la "buena" de las dos y se empeñaban en que mi hermana fuera como yo. Se supone que no debería afectarme, pero me afectó mucho. Esa insistencia para que mi hermana fuera como yo hacía muy difícil ser yo misma, porque siempre tenía que ser un ejemplo. Además, me dolía mucho que ni siquiera intentaran saber qué cosas pasaban dentro de mí. Sólo les importaba lo bien que me portaba y lo buena niña que era. La yo que yo era no importaba.
Y quizás de ahí tenga mi conflicto interior, porque me cuesta muchísimo dejar de compararme de forma competitiva con otras personas. Ni siquiera me doy cuenta que lo hago, me ha resultado difícil captar los pensamientos sutiles que susurra el ego para superar a los demás por encima de ser yo misma.
Un día me di cuenta en el gimnasio, curiosamente mientras hacía la novena del perdón, en el que mi ojo no dejaba de fijarse en qué potencia habían puesto a la máquina o cuánto más que otra persona aguantaba. Incluso si iba yo más rápido que otra persona en la cinta de andar o en la elíptica. Sentí que necesitaba parar y declarar que no me compararía con nadie, que la competencia sólo es conmigo misma.
En mi último encuentro con Silvia Marco también salió a la luz la comparación y la competencia en mi vida espiritual. Me quedé como una boba cuando ella me hizo ver lo que estaba haciendo mi ego conmigo al buscar "a los mejores" para superarme y desconsiderar a los "atrasados". Menudo palo recibí cuando me lo hizo ver. Fue como darme una cachetada a mano abierta. Y, si soy totalmente sincera, me está escociendo esto de reconocerlo en público.
Llevo muchos meses queriéndome apuntarme a yoga y este mes de julio tuve la oportunidad. Ha sido una clase semanal y falté a una de ellas, pero ayer, en la última, fue especial. Le comenté a la monitora que habían descubierto una protusión en mi columna y me dio indicaciones para las posturas que realizaríamos. Me gusta mucho esta monitora. Hay posturas que mi ego me dice que no, que ni de coña, y entonces ella me mira y le digo a mi ego "pues por lo menos vamos a intentarlo" y, aunque no las hago perfectas, noto el esfuerzo y su recompensa.
Cuando llegó el momento de la meditación nos propuso una meditación activa en la que meditaríamos mientras nos movemos. Me encantó, me sentí en mi salsa, sabía que era perfecto para mí. Yo entro en trance más fácilmente bailando, cuanto más fuerte, más lejos. Empezamos con la meditación y enseguida supe que yo iba a destacar. Y mi ego ahí diciéndome que lo estaba haciendo perfecto, mirando cómo las demás fallaban y... GRITÉ POR DENTRO QUE PARARA.
Dejé de mirar hacia fuera y miré hacia dentro y el decirme "no te compares" no estaba funcionando. Así que me dije, de repente: "sé libre" y voilá. Floté... sentí que era un pájaro alzando el vuelo y dejándose llevar lo más lejos que llegara sin mirar a nadie. Me sentí como un piloto de carreras que corría con su coche sin mirar en qué posición de la tabla estaba. Disfrutando de cada instante y cada momento, de cada movimiento de brazo y de cada giro. Era yo en el mundo, sin mundo, solo yo.
Mi sorpresa fue cuando la monitora al terminar me preguntó si había hecho meditación activa antes. Le conté que llevaba años intentando meditar, pero que la ausencia de estímulo me generaba ansiedad. Y que a través del baile sí conseguía llegar a un estado meditativo. Pero nunca había hecho meditación activa. Me comentó que se notaba que estaba dejándome fluir.
Libre... necesito dejarme ser, dejarme sentir y respirar la libertad.
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