Algo así le estaba diciendo a Susodicho, delante de la última vela de la novena del perdón. Suelo compartir con él las cosas que aprendo porque me da su punto de vista. A veces la rechazo automáticamente y luego la entiendo. Él lo sabe. Pero esta vez fui yo la voz cantante.
La novena la hice en diez días, en lugar de las nueve estipuladas. Cuando vi que sería materialmente imposible hacerla en nueve días me apretó la culpa el pecho. Y supe que no era así como tenía que vivir la novena. Yo estaba dispuesta a hacer lo que hiciera falta, pero las cosas son como son. Y si hago todo lo posible, se puede aceptar que lo haga en diez días en lugar de nueve.
Me llevo un gran aprendizaje que espero no olvidar. El olvido es otra de esas cosas involucradas en el perdón y en la propia vida. No se trata de olvidar mi culpa, si no de aceptar que la culpa son responsabilidades no asumidas y echadas en un saco con un peso descomunal que no se merecen.
Estas navidades pasadas me empeñe en librarme de las sensaciones desagradables que cargaba por sufrir mi aborto. Fue duro, fue molesto, fue difícil y fue desagradable. Pero conseguí asumir que mi estrellita forma parte de mi pasado, que no es un sufrimiento y que de ninguna manera fue culpa mía. Así que tengo derecho a disfrutar de saber que siempre estará en mi corazón. Aunque nadie más lo disfrute, aunque sea la única persona del mundo que le tenga presente. No es culpa de la sociedad, no es culpa de la familia, no es mi culpa... Así ocurrió y así es ahora. Las navidades pueden ser también preciosas aunque falten personas importantes.
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